Hay diversas cosas que las personas no deberían perder, y la más importante de ellas es la
reputación.
Perder dinero es bastante malo, pero el dinero es una de esas cosas cuya pérdida es intrascendente porque siempre es posible ganar más y de cualquier manera, fue hecho para ser utilizado. Pero jamás debes perder tu reputación. Debes cuidarla con tanto esmero como atesoras tu vida.
Todas las personas tienen un nombre y un título, los que no sólo representan a la persona sino que en cierto sentido son ella misma. Cuando alguien menciona un nombre, la cara, la voz, la personalidad, la condición, los antecedentes y tal vez, los puntos fuertes y los puntos débiles de la persona que lo lleva, quedan asociados a él, de manera que un nombre es una persona. Si se menciona a Nerón, pensamos en su infamia, y si se menciona a Schweitzer se piensa de inmediato en las obras humanitarias que realizó, lo que demuestra la gran importancia de un nombre. Así que uno debe asegurarse de que su nombre no sea motivo de vergüenza ni causa de deshonra.
La mayor tontería que puedes cometer es la de manchar tu propio nombre.
Perder tu reputación es igual a perder tu nombre. Vigilar tu reputación es lo mismo que cuidar tu nombre permanentemente. Una vez que se pierde la reputación, es muy difícil recuperarla.
Así que, ¿cómo se puede conservar la buena reputación y el buen nombre? Conduciéndonos conforme el nombre por el que somos conocidos. Si te llamas maestro y no actúas como un maestro, perderás tu reputación. Si te llamas estudiante, se esperará que te conduzcas como un estudiante. Los doctores, los padres de familia, las personalidades religiosas y los empresarios pierden su reputación cuando dejan de comportarse como tales.
Todo nombre va acompañado de una cierta personalidad. Para ser conocido como un ministro o sacerdote, se deben poseer ciertas "credenciales" personales; una vez que desmientes esos rasgos de tu carácter, te expones a ser criticado. Lo mismo sucede con los maestros, los estudiantes y los hombres de negocios.
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